En Petit Comité

El principio de la Felicidad

Me desperté. A través de la ventana de mi habitación vi que sobre el lago, pegada al algua, flotaba una capa de niebla de pocos centímetros. Como si fuera un precinto para demostrar que nadie lo había usado todavía. Con cuidado de no despertarle, salí de la cama y le tapé con la sábana. Él respiraba profunda y lentamente. Hecho un ovillo con las manos debajo del mentón. Su pelo rubio y liso estaba revuelto. Pero hubiera bastado pasar la mano por encima para peinarle. No lo hice. Era demasiado temprano.

Salí de la habitación, abrí con cuidado el ventanal del salón y bajé por el jardín hasta el lago. Sobre la hierba y las tablas del embarcadero brillaban gotas de rocío. Pero el aire estaba en calma y no hacía nada de frio.

Corrí los últimos metros y salté de cabeza al agua. El amanecer quedaba detrás de mi y nadé unos metros hacia la oscuridad. Me sumergí buscando el agua fría que hay debajo de la superficie. Quizá demasiado fría.

Volví al embarcadero y me sequé cuidadosamente con una de las toallas que ayer dejamos allí. Todavía estaba húmeda. Ahora sí tenía frio.

Me metí en la cama otra vez, a su lado. Él me abrazó y me dijo con voz de dormido: ven aquí, que te caliente.

(para Fernando)